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sábado, 1 de octubre de 2011

PADRE MIO ( 12-2011)



--Por qué, Dios santo, me siento tan miserable? – decía el bueno de Benito Parranda, bebiendo más del vino bendito-

Era obvio, había pasado a la fase siguiente, porque a penas seguía el ritmo de Thriller con el pie. Como que se hundió en la silla y al frente tenía el sagrado corazón de Crizto que brillaba con la luz tenue de la luna que caía por un vitral acusete que contaba la verdad de las negaciones de Pedro.

--Tienes hambre, Crusoe? – Me dijo- Tráeme ese corazón, por fa-

Yo ,obediente, se lo acerqué y lo abrió en forma sacrílega, arrojando un montón de ostias a un plato adornado con las figuras de los apóztoles amados, todos preparándose para olvidar a su Crizto. Luego fue al refrigerador y en una inocente taza echó un poco de ketchup y un poco de Mayonesa y formó una suave salsa Golf en la cual untó una ostia sagrada. Yo estaba medio espantado, pero Benito Parranda, con la mayor naturalidad del mundo, me dijo que si nos estábamos bebiendo la sangre del Crizto, debíamos hacer la eucaristía completa y luego, comiéndose una ostia y bebiendo un poco de vinito, me guiñó el ojo, invitándome a compartir este inusual sacramento. “Esto nos hará bien, hijo mío, hip!” y luego volvía a reír con la sonoridad de un cabro chico. Igual no me engañaba, porque lo notaba triste  y temía que en cualquier  momento se largase a llorar a mares. Y eso sí sería extraño, porque nadie ha visto llorar a Benito Parranda. Incluso han corrido apuestas en las desgracias peak del Hogar, como por ejemplo el día que encontramos tieso al Manco Saavedra o el día en que se le perdió pista al Poeta Triste. Quizás por eso temblaba.....no sabría cómo enfrentar esta situación…Benito Parranda no conoce de tristezas, siempre dice eso el Chabelín y una noche en particular, cuando lo volvió a repetir, nosotros asentimos en silencio, fumándonos un pucho compartido. “Y quién vea llorar a Benito Parranda – dijo el Chabelín esa misma noche- tiene la misión de dibujarle una sonrisa, porque él siempre está dispuesto a darnos una palmadita en el hombro o a hablarnos por enésima vez de los prodigiosos milagros de San Pelafustán para demostrarnos que siempre de los siempres existe una llama de divinidad, incluso en los más rufianes. Así que ya saben, esto es palabra de Mendigo”. Y luego sellamos el compromiso ,escupiendo las palmas y dándonos un fuerte apretón de manos.

--Tu venías por tus harapos….sácalos de ese cajón

Y con la vista perdida en el infinito de sus pensamientos me guió y yo , tambaleándome, abrí el cajón y ahí estaban mis ropajes. Sonreí y noté que tenían un perfume que me agradaba…era como a violetas recién cortadas y volví a recordarla a ella de cuerpo entero, con esos ojos profundos que me rogaban, entre el caos y la lluvia de cenizas, que no me fuera jamás de su lado. ¡ Me abrazaba  con una ternura que no es de este mundo  !
--Sabes, Crusoe? Yo, de repente me siento igual que ustedes…no, no me digas nada y no me abraces, por favor. Sí, me siento igual que ustedes..

Y al bueno de Benito se le quebró la voz y comenzó a llorar con una amargura que partía el alma oírlo y el cruzifijo alta redención que tenía colgado del cuello se ahogó en el vaso de vino(¡El pobre Crizto parecía un náufrago dando la cara al mundo en la tormenta de lágrimas que caía sobre el vaso!)

--Vamos, Benito, no se me ponga así – lo abracé a la fuerza-

--Es que no entiendes…no puedo hacer más por ustedes..

--Lo ha hecho todo.

--¡¡¡Dejé morir al manco Saavedra!!!! – decía todo moquillento y gimiendo como un niño culposo -

--Son cosas que pasan.

--…..

Es verdad que estaba medio ebrio, pero al ver a Benito Parranda en ese estado, me atacó toda la lucidez y le consolaba como él me hubiese consolado, por eso le relaté los grandilocuentes milagros de San Pelafustán uno a uno y él, poco a poco, esbozaba una sonrisa, sobre todo cuando le teatralicé el milagro de las monedas doradas de chocolate en el bolsillo del niño que no sabía sonreír. Lo miraba divertido y recordé a mi padre que muchas veces prefirió estar con sus amigotes en el bar o perdiendo el tiempo en el Hípico, mientras mi Mamá se las ingeniaba para darme de comer y me hablaba de mi padre como si éste estuviese muerto.

--Sabe, Benito? Usted es como el padre de todos nosotros, así que séquese esas lágrimas y abráceme, porque lloraré por usted

Y él me abrazó diciéndome “hijo mío” y yo hundí mi rostro en el hábito y lloré por mi padre y lo perdoné por toda la ausencia que me brindó y di las gracias por tener a Benito Parranda y por haber logrado dibujar una sonrisa en su rostro cansado de tanto amar sin pedir nada a cambio.